TRAILWALKER 2017

¡3, 2, 1… Suena el disparo de salida!
Comienza nuestra aventura el viernes 31 de marzo, a las 20h de la tarde, en Llagostera, con un sólo objetivo: irnos hacia Olot.
Los nervios ya se reflejaban desde hacía unas semanas por el what’s app del grupo o cada vez  que alguien hablaba, podías palparlo en su voz. Nadie se hacía a la idea de que íbamos a andar 100kms hasta que llegó el día.
Nos fuimos a dormir a Olot, en un albergue, para poder estar más cerca de la salida y no “madrugar” tanto. Al final, igualmente, nos tuvimos que levantar pronto…
Once amigos. Once personas que hacía años que nos conocíamos y volvíamos  a compartir habitación como si fuéramos adolescentes.
Cada uno con una historia que contar, una vida, pero algo en común: La Trailwalker 2017.


Suena el despertador a las 6:30 y aún en estado de “shock” porque ha llegado el día.
Una vez tuvimos todo preparado, nos fuimos a almorzar y pusimos en común las cuatro cosas que nos faltaban por hablar.
Comenzábamos con mal pié, hacía mal tiempo y llovía un poco. Nos mirábamos las caras y se notaba que estábamos nerviosos por la lluvia. Comenzar con agua hacía las cosas un poco más complicadas pero, como siempre les he dicho, a mí las cosas fáciles nunca me han ido. Si no, todo sería muy aburrido y no sería épico lo que íbamos hacer.


El ambiente se iba calentando por momentos, cada vez había más gente a nuestro alrededor. Disfruto observando a todo el mundo, es de las cosas que más me gusta cuando hago una carrera: La salida.
Miras, observas a la gente que no conoces de nada y escuchas;  está el que está nervioso que no dice nada, el que está de fiesta y tiene muchísimas ganas de pasárselo bien, el experto que va analizando mentalmente la prueba;la salida, las etapas, la llegada… Los amigos, familias… ¡ME ENCANTA!

 

Después de abrazos, besos con nuestros amigos y parejas… nos despedimos y nos dirigimos a la salida con toda la multitud.
Después de un año, un año de programar hasta el último segundo de mi vida,
miro hacia atrás y veo todo lo que he conseguido y me siento muy orgullosa.
Orgullosa de haber llegado hasta aquí y de cómo empezó todo por algo esporádico y divertido, pero acabó por ser algo muy grande e importante.
Me quedo con la historia de cada una de las personas que ido conociendo. Cómo sus vidas han entrado a formar parte de la mía y me siento responsable de hacerles llegar y transmitir mis ganas de vivir.
Esfuerzo y dedicación hasta el último momento. Sabía que si me planteaba algo de esta magnitud estando enferma, debía hacer las cosas con cabeza, pedir ayuda a especialistas y tener un buen equipo a mi lado.
Me lo había ganado. Mi premio no era llegar a Sant Feliu de Guíxols, era poder estar allí. Estar  en la salida ya era mi recompensa, porque significaba que había disfrutado durante un año haciendo lo que más me gustaba. Que estaba “bien” y que la enfermedad no había degenerado en ningún momento. Todo lo que viniera a partir de ese momento sería un regalo.
¡Empieza la aventura!
Comienza la prueba y damos los primeros pasos. Contenta de ver a toda la gente que iba estar a nuestro lado, durante los 100kms que teníamos por delante. Sus caras de felicidad lo decían todo.


Los primeros siete kilómetros estuvimos enganchados con otros equipos. El camino era tan estrecho que era muy complicado andar a un ritmo normal con tanta multitud.
Finalizamos la primera etapa y ya teníamos cositas para contar: El calzado de goretex me empezó a molestar y me lo tuve que cambiar. A mi compañero le salió la primera, de muchas, ampollas y también se lo tuvo que cambiar.

El tiempo parecía que estaba cambiando y dejó de llover. Se reflejaba en nuestras caras la felicidad cuando vimos que ya no llovía y que tendríamos un camino “tranquilo”.
Hacíamos fotos, hablábamos con otros equipos y de esa forma, el tiempo iba pasando más rápido.

 


La cosa empezó a torcerse en Bascanó, cuando solo faltaba unos pocos kilómetros para hacer 56.
Empecé a notar mucho frío y tenía miedo que la enfermedad empezara a “despertarse”. En todo momento le iba explicando a mi fisioterapeuta y amigo Joan, cómo estaba. Me recomendó trotar un poco para ir cogiendo calor y llegar a Gerona.

 

Llegué a Gerona muy desanimada, pensando que la noche sería horrible. El frío no me lo sacaba del cuerpo y en cada etapa me había cambiado de ropa.
Vino mucha gente a vernos en ese momento y yo estaba ausente por los nervios. Lloré bastante y me vine a bajo.  Joan me iba hablando y metiéndome caña, para que dejará de mirar a mi alrededor y que estuviera más pendiente de mí.

Llegaron mis compañeros y todos teníamos ya alguna molestia. Rubi tenía muchas ampollas en los pies y nada más entrar en el recinto se fue directamente a ver a los podólogos. Estela se había lesionado la rodilla e iba coja. Anna estaba bastante bien aunque tenía alguna molestia muscular.

Nos desanimamos todos un poco, pero por suerte teníamos el mejor equipo y asistencia que podíamos haber tenido. No nos dejaron solos en ningún momento desde esa etapa y empezaron a repartirse por turnos para poder andar con cada uno de nosotros.

Por la noche vino mi cuñada desde Quart y tuve la suerte de tenerla animándome porque la noche fue muy complicada. A partir de Cassá de la Selva empecé a tener hipotermia y no me encontraba bien. Gerard, un amigo nuestro que se enganchó a partir de la sexta etapa, me dio toda la ropa que tenía.

Llegó el momento que sabía que iba a llegar y necesitaba parar para dormir, aunque fuera una hora. Sabía que mis compañeros no podían esperar mucho, porque estaban muy cansados y querían seguir andando. Pero la salud estaba por encima de todo y me llevaron a la furgoneta para que pudiera descansar.
 
Mi pareja me despertó y me comunicó que el descanso se había acabado y que teníamos que partir lo antes posible. A Estela le dolía tanto la rodilla que no se podía mover cada vez que se paraba. Rubi ya no se sentía los pies y Anna estaba cansada.


Llegó de verdad la Trailwalker: Cuando no ha dormido nadie, todo el mundo está cansado y empiezas a ver que la prueba no es ninguna tontería.
A partir de ese momento necesitaba a mi pareja a mi lado: Litus, que desde los 14 años ha sido mi compañero de lucha, mi otra pierna… todo.
Psicológicamente ya no estaba muy fina y seguía teniendo mucho frio. Me bautizó mi cuñada, que tampoco se había desenganchado de mi lado, con el nombre: Ferrero Rocher. Iba muy abrigada y llevaba aún la manta de supervivencia que es brillante.
Empecé a arrastrar la pierna derecha. La enfermedad se estaba manifestando y la pierna ya no me respondía como debía. No tenía miedo, sabía que lo iba a conseguir, teniéndolo a él a mi lado. Teniendo a todas y cada una de las personas importantes de mi vida a mi lado.

 
 
 

Así fue.
En los últimos kilómetros ya tenía lágrimas en mis ojos, porque estaba contenta y agotada a la vez. Ver a todo el mundo a mi lado y compartir ese momento… Si no estabas allí, no se puede llegar reflejar con palabras en el texto, porque  la emoción que se sentía al nuestro alrededor era brutal.

 

Los gritos, la música, la gente, familia, amigos… fue todo precioso… y el mejor recibimiento que podríamos haber tenido.
¡Conseguimos hacer 100 kms juntos!
 


 
 
 
 
 

Gracias a todas y cada una de las personas que estuvieron conmigo y con nuestro equipo. Si no fuera por todo lo que hicisteis seguramente no hubiera sido lo mismo.

Espero decir a todos los afectados de Esclerosis Múltiple que vivan cada día cómo sí fuera el último, porque tener esta enfermedad no significa que sea el final y nunca nadie nos dijo que sería fácil. Valorar las cosas pequeñas y cotidianas que se nos presentan cada día. Y que sólo les damos importancia cuando sentimos su ausencia.
 
La vida nos da golpes constantemente y es dura, pero lo sería más si no la viviéramos.

 Enlace YouTube del vídeo de la Trailwalker
https://www.youtube.com/watch?v=fXAjFMa921s