MULHACÉN

Íbamos bajando las escaleras mecánicas que llevaban hacia el andén. Eran las 7h de la mañana, cuando de repente, un ruido estrepitoso y un intercambio de miradas hacia mí, hicieron que me estremeciera. Iba tan dormida que no me fijé en que no tenía la maleta bien sujeta en las escaleras, así que sus más de 20 kg cayeron de arriba abajo. Pude ver que por la mente de la pobre chica que estaba al final de las escaleras, le pasaba toda su vida en un instante.  Me giré hacia mi suegro y le solté: “el viaje promete, así que voy a estar quieta”. 

Cuatro socias de la asociación Aelem, sus acompañantes, mi suegro y yo, íbamos a subir al Mulhacén acompañados de un guía. 

Desde hace unos años, la asociación Aelem programa salidas para potenciar y fomentar el ejercicio y una vida saludable para la EM. Hace dos años, hice el Camino de Santiago con ellos y si pudiera, participaría en todas sus actividades. El año pasado, subieron al Teide y aunque no pude acompañarles, no podía estar más orgullosa de ellos. 

Tenéis que pensar que es muy valioso encontrar a otras personas que están pasando por lo mismo que nosotros y eso nos permite poder compartir nuestra experiencia, además de pasarlo bien.

Joaquín, un andaluz de la cabeza hasta los pies, (¡no puede ser más gracioso y salado!),           fue la alegría de la expedición. Es amigo de Cristina y estaba encantado de acompañarla en esta aventura.

Con Marta, Cristina y Carmen habíamos compartido la experiencia de hacer el Camino de Santiago. Tenía muchas ganas de verlas y pasármelo bien, ya aquella vez, en el Camino, me puse enferma y no estaba para ser la alegría de la huerta.

Con Marta tenía algo pendiente y quería volver a verla. Había compartido con ella cosas muy íntimas, redactando los artículos del blog, emociones, sentimientos y miedos. Sabía que allí tenía una amiga. 

Cris, la canaria y una superwoman. Es de esas chicas con las que me encanta relacionarme para que así, se me pegue toda su valentía.

Nos acompañaba también Luís, marido de Carmen, una maravilla de persona. Se veía lo mucho que quiere a su mujer. ¿Sabéis de esas mujeres a las que se les ve que tienen cero maldad y son súper agradables? Pues así definiría a Carmen.

Para terminar con las presentaciones, mi suegro Carlos, que se apunta a un bombardeo y que me acompañó hasta la cima más alta de la península. ¿No me puedo quejar de él, no?, y nuestro magnífico guía, Moli. Si ya los de nuestro grupo éramos todos peculiares, él era la guinda que faltaba; escalador, esquiador, actor, hace de guía por todo el mundo. Una persona muy especial y fantástica para conocer y aprender mucho sobre la vida. Tengo que reconocer que me quedaba alucinada cada vez que nos contaba alguna de sus experiencias.

No teníamos del todo claro si íbamos a poder subir a la cima, porque estaban dando muy mal tiempo. Cuando subíamos en coche desde Granada hasta Capileira (1.432m), que era dónde habíamos quedado con la otra parte del grupo que faltaba, Cris, muy optimista, iba diciendo todo el rato: “No va a llover, son cuatro gotas y ahora parará”. 

En el pueblo, comimos en un sitio muy típico, se llamaba La Pizzería, está en el centro. 
Todos pedimos una pizza Alpujarra, porque no había nadie suficientemente valiente para pedir un Alpujarreño y subir al refugio con el chorizo y la morcilla haciendo la digestión. Queríamos subir y no morir en el intento, oliendo las flatulencias de los compañeros. 

Después de comer, decidimos coger el autobús que nos dejaba lo más cerca posible del refugio. Así, nos ahorrábamos unos litros de agua, que de otra forma, nos hubieran caído encima.

Esperamos a Marta hasta el último momento porque a su gato, le dio un ictus y pobrecita, no tenía claro si iba a venir o no. Al final, se aventuró y vino desde Málaga hasta el pueblo, quemando todos los caballos que tenía su coche. No sé si le vendría alguna multa de regalo…

En el autobús, me pasé todo el camino mirando hacia delante, estaba mareada desde Granada con tanta curva, y sumándole que había comido la pizza con chorizo y morcilla, tenía pinta de que si no iba con cuidado, iba a dejar un regalo allí mismo.

A medida que íbamos subiendo, seguía lloviendo con menos intensidad (me iba diciendo a mí misma, que si el día seguía así, no iba a subir a la cima y que me iba de vacaciones al refugio). 
Sumando km, empezamos a vislumbrar siluetas saltarinas desesperadas, eran montañistas que suplicaban casi para subirse al autobús. ¡Tenían más agua que el TITANIC! Al final, el vehículo parecía el coche escoba, recogiendo a todo el mundo. ¡Cuánto nos alegramos de haber decidido subir en autobús y no andar entre 2/4 horas mojados!

Llegamos a la mitad del camino que lleva hasta el Chorrillo, pero giramos hacia el refugio. 
Tuvimos una bienvenida montañera, porque fue bajarnos del autocar y parar de llover.
Íbamos andando rodeados de nubes negras, llenitas de agua y fuerza, por las que atravesaban los rayos de sol, que se desvanecían poco a poco al acercarse el anochecer. ¡¡Buah!! aquél fue un momento precioso. 

Llegamos los últimos al refugio de Poqueira, eran las 20:00 h., hora de cenar. Era el tercer refugio al que iba y aluciné cuando entré con el gentío que había, con el calor que desprendía el pedazo de tronco que se estaba quemando lentamente en la chimenea del comedor y sobre todo, con el mueble tan bien preparado para el siglo XXI, para que todos y cada uno de los que estábamos allí,  pudiéramos conectar los Ipads, ordenadores, móviles, etc. ¡Vaya a ser que nos quedemos sin conexión por un momento y desconectemos de tanta tecnología! Me incluyo en este pack. Pero una vez que ves eso, te plateas si hace falta estar en la montaña con tanto aparato.

Dejamos nuestras pertenencias en las taquillas y nos pusimos a cenar. Estaba siendo una experiencia fantástica. Menos andar, estábamos comiendo un montón, como si no hubiera un mañana. ¡Vaya cena que nos dieron! Caldo del bueno, cuscús como el que me había comido en Marraquech y para rematar, una pechuga de pavo enorme. Si comía más, tendrían que subirme a la cima con carrito.


Nos tocó dormir en la habitación Mulhacén. Me gustan los sitios en los que les ponen nombre a las habitaciones. ¿No os parece gracioso? Había el Veleta, el Alcazaba…entre otros nombres, todos ellos relacionados, obviamente, con las montañas. 

Llegó el momento de irse a dormir. Tengo que reconocer, que tienes que estar acostumbrado a ir a este tipo de sitios y dormir con otras personas…es lo que tiene ir a un refugio. ¡A mí me encanta! Es como volver a tener 12 años e ir a las acampadas. Me parto de risa cuando llega el silencio y empiezas escuchar ruidos extraños nocturnos. Vamos, lo que vienen a ser ronquidos y pedos. Cada cual más diferente y peculiar…

Marta y yo, somos unas expertas y nos pusimos a dormir en un santiamén con los tapones para los oídos.

Joaquín tuvo su momento romanticón con Luís, porque le tocó estar en la punta de las literas y no cabía. Él, que calza un 47 de pie y la litera parecía que era más para los siete enanitos...

El silencio se acabó a las 6:00 h. de la mañana, porque empezaron los más madrugadores a prepararse para hacer la cima. Nosotros íbamos con calma y nos fuimos a desayunar bien (¡Para no perder el ritmo de las comilonas!), y ¡menudo desayuno nos esperaba!, había de todo, menos fruta, pero como soy previsora me llevé un plátano de Granada, ya que una es mujer de rutinas, y si no como algo de fruta durante el día, me da algo.

Después empezó la maniobra de poner y sacar cosas de la mochila unas cuantas veces. Eso pasa, porque hasta que estás andando, no sabes que es lo que te hará falta y que es lo que te sobrará, porque pesa demasiado.

Pedimos que nos hicieran picnics para llevar, pero al final los dejamos en el refugio, pensando en comer cuando regresáramos. Sobre las 8:30 h. más o menos, empezamos la expedición hacia la cima. Con paso constante y cómodo para todos, íbamos hablando cada uno de sus batallitas y experiencias. Son muchas horas y acabas conociendo anécdotas que puede que no te hubieran explicado en otro momento.

Joaquín, que cualquiera diría que se cansaba al subir, nos animaba y nos hacía reír, mientras subía y volvía a bajar, como las cabras montesas. 

Tuvimos sol, pero las nubes nos habían acompañado todo el rato. Parecía que teníamos un ángel de la guarda. El sol nos iluminaba el camino, pero a nuestro alrededor llovía o hacia mal tiempo. 
La verdad es que tuvimos mucha suerte, porque no tuvimos ni demasiado frío, ni demasiado calor. 

Todos y cada uno, llegamos a la cima.
Allí arriba, sí hizo mucho frío y un viento horrible, pero nos daba igual (sobre todo a Joaquín, que el tío se sacó la ropa para ponerse la camiseta de la asociación, como si estuviéramos a 30 grados, para hacerse la foto de grupo). 

No podía ser más feliz.

Estaba allí arriba a 3.478 m. con ellos. Enseñando al mundo que éramos los dueños de nuestro destino.